Cuando nos enfrentamos a una persona de difícil carácter, debemos asumir que no podremos cambiarla. Así, nuestro nivel de tolerancia se incrementará notoriamente. Sin embargo, lo que sí podemos cambiar es su comportamiento.
Cambiar el enfoque con el que nos dirigimos a ellos puede mejorar la relación. Si discrepamos en la importancia del orden, por ejemplo, en lugar de reprochar, deberíamos empezar por asumir y respetar que al otro no le importa tanto el orden, para luego pedirle que asuma y respete que a nosotras sí nos interesa mantener la organización.
Al ser personas que se molestan con facilidad, es importante saber que hay dos tipos de enojo: el justificado y el que se utiliza para que las cosas se hagan como quiere quien se enoja. Cuando la irritación es lógica debemos enfocarnos en controlarla y diluirla lo antes posible. Una manera recomendable para lograrlo es empezar por escuchar lo que el otro tenga para decir, mostrar que entendemos su punto de vista y más allá de que podamos solucionarlo, ya estamos demostrando que tomamos en cuenta sus sentimientos.
Cuando el enojo es táctico, lo peor que podemos hacer es permitir que se salgan con la suya, ya que así lograremos que siempre repitan esta técnica para alcanzar sus objetivos; es el mismo accionar de los niños caprichosos.
Lo aconsejable es mostrarnos seguras de nosotras mismas y no permitir gritos. Si no, podemos abandonar la conversación con esa persona hasta que se calme e incluso amenazar con abandonar la habitación si no lo hace de inmediato.
Esta fórmula es efectiva si conseguimos reaccionar de igual manera con los próximos enfados hasta que esta persona aprenda a comunicarse de forma racional y educada. Por esa razón debemos esperar lo mejor, pero estando preparadas para lo peor. Nunca debemos perder de vista que nuestro objetivo es hallar una solución rápida y definitiva que cumpla con las necesidades del trabajo y de las personas involucradas en el problema.